Desde tiempos
antiguos, el ser humano siempre ha tenido la curiosidad insaciable de querer
volar como las aves. Volar es símbolo de libertad, y es ese el pensamiento que
llevó al hombre a investigar maneras para levantar vuelo.
La historia de la
aviación tiene su origen en la Edad Media. Un pionero español, Abás Ibn Firnas,
fue quien construyó y voló un planeador de madera ante un gran número de
espectadores. A pesar de que las cosas no salieron tal y como las planeó (su
aterrizaje falló y se lastimó la espalda) se le considera un vuelo exitoso.
A partir de Ibn
Firnas, muchos otros intentos se hicieron durante los primeros años, con poco
éxito. Por esa época, los artefactos estaban puramente basados en el vuelo de
las aves y todavía no se concebía un método científico para ellos.
Años después, Leonardo
Da Vinci, artista e ingeniero italiano, llegó con sus diseños y estudios
innovadores de artefactos voladores más pesados que el aire.
Posteriormente, llegó
el siglo XVII, cuando el ser humano optó por volar por medio del famoso globo
aerostático. Los hermanos Jacques Étienne y Joseph Michel Montgolfier dieron el
primer paso significativo hacia el vuelo. Ellos averiguaron que si ponían aire
caliente en algún contenedor (el globo) lograrían volar, y así lo hicieron. Al
principio, intentaron elevar el globo con animales; luego se hizo la prueba con
humanos. No fue sino hasta el año 1794 cuando se le dio el primer uso militar a
artefactos voladores.
Llegó el siglo XIX y
los primeros aviones empezaron a surgir en el mundo. George Cayley,
norteamericano, fue pionero en dedicarse al estudio del vuelo desde un punto de
vista científico. Se le considera el primer científico de la historia de la
aviación. Se le atribuye el descubrimiento de la fuerza producida por el aire al fluir por encima
de una superficie curvada, que empuja la superficie hacia arriba.
En 1848, William Henson y
John Stringfellow construyen el carruaje áereo de vapor que realiza un vuelo de
40 metros antes de estrellarse contra un muro. Cayley hizo intentos similares,
pero con vehículos no motorizados: en 1849, hizo volar a un niño de 10 años y
en 1853, voló su cochero. Ambos vuelos fueron exitosos.
Después de 1880, hubo un
aumento de estudios y un mayor desarrollo dedicado a la ciencia del vuelo.
Gracias a estos estudios, resultó la construcción de los primeros planeadores
de uso práctico. Destacó en particular el alemán Otto Lilienthal.
La pasión de Lilienthal
era el estudio del vuelo, y como era de esperarse, realizó una investigación
muy extensa acerca de la misma. Su trabajo se public en 1889 con el nombre de
“El vuelo de los pájaros como base de la aviación.” También construyó diversos
planeadores, cada uno mejor que el anterior.
Su artefacto más conocido fue el “Derwitzer”, llamado así porque fue probado
cerca de Derwitz, en Brandeburgo. Por el año 1891, podía realizar vuelos de 25m
sin dificultad alguna.
Lilienthal llegó a
documentar todos sus vuelos, los cuales son considerados muy importantes en la
historia del vuelo, ya que incluyó fotografías de él mismo volando sus propios
artefactos. Desgraciadamente,
en el año 1896, después de unos 2500 vuelos exitosos, una ráfaga de viento
rompió un ala de su planeador mientras volaba. Cayó desde una altura de 17m, se
fracturó la columna y falleció al día siguiente en Berlín, el 10 de Agosto de
1896. Sus últimas palabras fueron: “pequeños sacrificios deben hacerse.”
Lo que dijo Lilienthal es
cierto: si no se hacen pequeños sacrificios, jamás llegaríamos a ninguna parte.
Se necesita aprender por medio del fracaso y entender qué fue lo que se hizo
mal para poder avanzar y finalmente lograrlo. Gracias a estos personajes
intrépidos de la historia del vuelo podemos transportarnos a diversos lugares
del mundo hoy en día y recordar que para hacer algo que parece imposible
posible, hay que tomar ese primer paso para lograr el objetivo.
Por Ximena